Palos de ciego con el arbitraje
En pleno debate sobre la utilización de la Inteligencia Artificial o la eliminación del factor territorial, estamos siguiendo pistas falsas. Los problemas son otros: el caso Negreira, los toqueteos del Reglamento, el VAR...


Hay planes para que la designación de los árbitros, y hasta los informes sobre sus actuaciones, pasen a depender de la Inteligencia Artificial. También se considera la idea de eliminar el factor territorialidad. Ya saben: desde tiempo inmemorial se evita que los árbitros intervengan en partidos de los equipos de su ciudad. Eso afecta a los ascensos, porque obliga a que haya variedad de procedencias, a fin de que los haya disponibles para cualquier partido. La nueva idea sería que llegaran arriba los mejores sin tener en cuenta su origen, y que pudieran arbitrar a los equipos de su tierra si fuere preciso. Se pone como ejemplo la elección de jugadores para la Selección, en la que no hay consideraciones territoriales: van los mejores, y punto.
Sobre fórmulas de designación se ha probado todo: designador único, triunvirato, sorteo, recusaciones, sorteo, ordenador (una aproximación a la IA que ahora se propone), puntuación de los equipos para designar cruzando la valoración de los contendientes... Esto, que de primera mano parece ideal, llevó en los sesenta a que Ortiz de Mendíbil y Rigo se dedicaran a quedar bien con el Madrid y el Barça a fin de arbitrarles lo más posible. En la Liga 1967-1968 Rigo le arbitró al Barça 11 de 30 partidos, uno de cada tres. El sistema hizo crisis cuando en la Copa de 1968 arbitró consecutivamente los dos cuartos de final entre el Athletic y el Barça y las dos semifinales entre el Atlético y el Barça, en ambos casos con grandes quejas por favorecer a este último. La misma norma le colocó en la final ante el Madrid, que trató de evitarlo, pero no pudo. Se jugó con un ambiente muy enrarecido, ganó el Barça 1-0 y se produjo un masivo lanzamiento de botellas que provocó a la prohibición de su venta. Pasó a la historia como ‘la final de las botellas’. En definitiva, ningún sistema de designación sobrevive a la irritación y las sospechas de una afición enfurecida.
En cuanto a la territorialidad, Italia la retiró hace dos años y ahora los árbitros napolitanos, Marco Guida y Fabio Maresca, han anunciado su negativa a arbitrar al Nápoles. Guida lo explicó así: “Tengo tres hijos y mi esposa tiene un negocio en la ciudad. Por la mañana voy a recoger a mis hijos y quiero ir tranquilo. Cuando cometo errores no es tan seguro caminar por la calle”. Se podrá decir que Nápoles es una ciudad excesivamente pasional, pero ¿qué tal si pensamos en nuestros ultras en cualquier sitio? Y sin llegar a ellos, ¿podría un árbitro desayunar tranquilo el lunes en la cafetería después de haber perjudicado al equipo local? Desde luego que sería ideal un mundo en el que un árbitro pudiera arbitrar al equipo de su tierra sin problemas. Podemos ponernos estupendos, pero ese momento no ha llegado y precipitarlo no va a servir para arreglar nada, sino con un poco de mala suerte para añadir descrédito del sistema.
Me temo que estamos siguiendo pistas falsas. Los problemas del arbitraje español no son esos, sino otros: el apestoso e impune asunto Negreira; la falta de apoyo de los árbitros en el criterio de exfutbolistas; el toqueteo del Reglamento, al punto de que no sabemos qué hacer con las manos ni con los pisotones; el VAR, que ha elevado el nivel de irritación. Todo ello, cocinado por la visible impericia de Medina Cantalejo. Pero son más cómodas y efectistas dos pasadas de brocha gorda que un trabajo minucioso de pincel.
A la Federación le ha puesto nerviosa el Madrid con sus quejas, y se nota. Pero no lo va a aplacar así como así. Florentino está contra el sistema en su integridad y dispara contra todo, salvo precisamente el sucio caso Barça-Negreira o cualquier otro tema (Olmo, por ejemplo) que comprometa a Laporta, último aparente compañero en su malaventura de la fantasmagórica Superliga.
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